Gardel

De Cortázar por Nosotros
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Para mí, Gardel es escuchar un cassette de tapas color oro. Una compilación de grandes éxitos acompañado por su trío de guitarras: Barbieri, Aguilar y Riverol.

En algún momento de mi adolescencia, tuve la necesidad de adscribir al mito. Fui a ver su tumba muchas veces en el cementerio de la Chacarita, esa que sigue siendo lugar de peregrinación y demostración cabal de la devoción popular. El lugar en donde el bronce se humaniza y, entonces, la estatua vuelve a fumar un cigarrillo. Fui muchas veces, solo, y también como parte de la gira de iniciación a la ciudad en cada primer viaje de alguno de mis hijos, mendocinos.

Tuve también, en mi primer depto de soltero en Buenos Aires, uno de esos almanaques que lo muestran con su funyi, su pañuelo, el saco entallado y el pantalón de franela, mirando a cámara parado tres cuartos perfil izquierdo.

Escuchar a Gardel hace brotar en mí una profunda e íntima alegría. Es de los pocos músicos y cantantes que invariablemente me suscitan ese sentimiento. No sé si es su timbre, el manejo de los glissando, en Madreselva, por ejemplo, - pieza que lleva a la perfección interpretativa de un tenor con un aria de ópera -, su picardía criolla al servicio de la poesía rante de Celedonio y de Discépolo, o la pasión desbordada en el relato de una carrera de burros en Palermo, cuando interpreta “Leguisamo Solo!”… Pero me genera esa invariable sensación de chico con juguete nuevo tan largamente ansiado.

Gardel es para mí el inicio de un recorrido de la galaxia Tango cuyo eje secreto pasa por New York a mediados de los treintas, más concretamente por el encuentro del cantor consagrado y astro cinematográfico con un niño que recién se iniciaba en el dominio de esa misteriosa jaulita que lleva por nombre bandoneón. Ese chiquito, que hace una fugaz aparición como diariero en una de las películas que Gardel filmó para la Paramount, era Astor Piazzolla, mi otro gran referente de la música de Buenos Aires.

Y me llega, en su particular entonación, la tierna mordacidad del Zorzal, al escuchar a Astor tocar un tango aprendido por música y sin contexto, tras laboriosas lecciones de su maestro italiano en New York, que hizo a Carlitos decirle entre sonrisas: -Che, pibe. Tocás el tango como un yoyega…

Años después, otra revelación. El Gardel evocado como al pasar en distintos momentos de una entrevista de dos días enteros a Ben Molar, para un proyecto documental sobre otro tema que nunca salió. Pero hablamos de Carlitos, cómo no, y ya no era el Mudo, sino el vecino del Abasto, que pacientemente soportaba los “rin-raje” a la siesta de dos chiquitos hijos de inmigrantes judíos que a su vez, se convirtieron también en hombres de tango y de la noche porteña: Ben Molar y Marcos Zucker.

Y otra, al leer la excelente biografía que escribió Simon Collier. La faceta del Gardel tecnófilo, high tech para la época. Aquel que entendió que su lanzamiento internacional venía de la mano de esa nueva tecnología llamada por los porteños “biógrafo”, el cine sonoro, y filmó los cortos precursores de los video clips con Morera, una película en Joinville-le Pont , en las cercanías de París, y las siguientes en los Estudios Astoria de New York. El Gardel que quería seguir los pasos de su ídolo en esas lides: Maurice Chevallier.

Y por supuesto el Gardel, preocupado por la calidad de las grabaciones que, enterado de la aparición de un sistema eléctrico de registro del sonido, no dudó en viajar a Alemania a grabar, y luego a ser el introductor de ese sistema en Argentina.

Gardel tiene grabaciones antológicas. Sobre todo la de algunos temas camperos que solo él pudo cantar inhibiéndole la opción a todos los que siguieron, así fuesen genios del Tango, condenándolos a versiones “decentes” frente a las de Carlitos…

Me viene a la memoria “Pobre Gallo Bataraz”, de la que aparte de la del Zorzal conozco versiones de Roberto Goyeneche – otro de mis ídolos, el primer tanguero que escuché en vivo tras escaparme de casa para verlo en una primavera del ’73 en el Club Central de Zárate, a mis diez años-, Hugo del Carril y Rubén Juárez, entre otros.

El estilo pampeano, permite a Gardel poner en juego su maravillosa voz. Esa voz que elogiaron legos y doctos en las artes del cantar. La suavidad, la firmeza, la picardía, la gracia, se suscitan y entreveran a lo largo de la interpretación.

“Pobre gallo bataraz” es una canción campera, un estilo pampeano. Fue grabada muy adecuadamente, un 29 de abril de 1930 (“Día del Animal”, en Argentina) en Buenos Aires.

Su letra, a pesar de ser obra de un descendiente de una familia aristocrática de La Plata, Adolfo Herschel, celebra, en palabras simples, el cariño y el agradecimiento de un criollo por su gallo de riña, ya en su vejez.

Una de las imágenes que me marcó, es la de la estrofa:


Si en los días de domingo

había depositada,

ya estabas de madrugada

sobre el lomo de mi pingo.

Había que ver tu parada

pocas plumas el domingo.


Las elipsis en la narración me evoca un montaje cinematográfico: puedo imaginarme el levantador de apuestas con los billetes doblados entre sus dedos, el clima de agitación. /Corte a/ Plano del palenque y el caballo atado con el gallo en el lomo desde el interior del rancho / Corte a / El gallo, encrespado, mirando a su rival en el reñidero / Corte a / El regreso del Héroe, con las marcas del combate en su plumaje, en la parte delantera del apero, protegido por el jinete.

Y la otra, es la siguiente sextina:


Y si escaseaba la plata

o andaba medio tristón,

entre brinco y reculón,

me picabas la alpargata

como diciendo: Patrón,

ya sabe si anda sin plata.


El gallo, compenetrado totalmente con su dueño, lo lee, lo intuye y ofrece su ayuda.

La canción termina con la expresión de la celebración de esa amistad, y el firme compromiso producto de ella.


Pobre gallo bataraz,

nunca te echaré al olvido.

Pimenton y maíz molido,

no te han de faltar jamás.

Porque soy agradecido,

¡pobre gallo bataraz!


Esa combinación de simpleza, picardía, agradecimiento y culto a la amistad, expresan la visión que, con los años, pude construir del Troesma. No por nada, para el pueblo, para mí, sigue siendo Carlitos, el bronce que sonríe.

--Roigres (discusión) 15:09 14 sep 2014 (EDT)